En una antigua ciudad de Oriente, vivía un comerciante llamado Hakim, conocido en todo el bazar por su honestidad y rectitud. Hakim era un hombre sencillo, de pocas palabras, pero sus acciones hablaban por él. Cada mañana, abría su tienda con una sonrisa y recibía a sus clientes con un corazón sincero. Nunca alteraba sus balanzas, ni ocultaba los defectos de su mercancía, y aunque algunos de sus competidores lograban grandes ganancias con artimañas, Hakim se mantenía firme en su virtud.
Un día, un mercader extranjero llegó al bazar, trayendo consigo riquezas de tierras lejanas. Al ver a Hakim y escuchar su fama, decidió ponerlo a prueba. Entró en la tienda del comerciante y, fingiendo ser un cliente distraído, dejó caer una bolsa de monedas de oro en el suelo. Sin que Hakim lo notara, se marchó, dejando la bolsa detrás.
Al cabo de un rato, Hakim encontró la bolsa mientras barría el suelo de su tienda. Sin pensarlo dos veces, la guardó en un lugar seguro y esperó el regreso de su dueño. Pasaron los días, y el mercader extranjero volvió, con la intención de recoger su bolsa y ver si Hakim se la devolvía o la había tomado para sí.
Al entrar en la tienda, el mercader preguntó si alguien había encontrado una bolsa de monedas. Sin dudarlo, Hakim sacó la bolsa y se la entregó al mercader. Este, sorprendido por la honestidad del comerciante, le preguntó:
—Hakim, ¿por qué no tomaste la bolsa para ti? Nadie te habría culpado, y podrías haberla usado para expandir tu negocio o enriquecer a tu familia.
Hakim, con una mirada serena, respondió:
—El oro puede llenar mis bolsillos, pero mi corazón se quedaría vacío. La verdadera riqueza no está en lo que se posee, sino en la paz interior que proviene de actuar con rectitud. Una acción deshonesta me podría haber dado ganancias momentáneas, pero habría perdido lo más preciado: mi honor y la confianza de mi comunidad.
El mercader extranjero, conmovido por las palabras de Hakim, reveló que él mismo había dejado la bolsa intencionalmente como prueba. Admirando la virtud del comerciante, decidió asociarse con Hakim, prometiéndole abundantes oportunidades de negocio, sabiendo que un hombre de tal integridad siempre elegiría el camino correcto.
Así, Hakim prosperó, no solo en riquezas materiales, sino en respeto y amor por parte de quienes lo conocían. Y su historia se convirtió en un ejemplo para todos en la ciudad, recordándoles que la rectitud, aunque a veces pueda parecer un camino arduo, es la que lleva a las recompensas más duraderas.
Moraleja:
La rectitud es la raíz de todas las virtudes. Un corazón recto es más valioso que cualquier tesoro, pues asegura una vida de paz interior, confianza mutua y prosperidad duradera. Actuar con honestidad y mantener la integridad, incluso cuando nadie está mirando, es el verdadero camino hacia la riqueza espiritual y material.
Comentarios recientes